Ciudades, testigos y dolor

 Por Pablo Toblli |



Jaques-Alain Miller en su conferencia “La pasión del neurótico” plantea que una de las tradicionales inquietudes que hacen sufrir al neurótico es la de no encontrar una razón para canalizar su deseo, esto es, el sentimiento de que esa pasión de búsqueda nunca encuentre el objeto perfecto que aglutine la justificación de estar vivo, porque el candor de encontrarlo es insoportable y el neurótico lo único que quiere es seguir dudando de la existencia; seguir caminando, seguir buscando y luchando con sus carencias: “todavía no soy el artista que quiero ser”, “todavía no tengo el aplauso de aquel”, “todavía no logré conquistar a tal persona”.

Hasta aquí, un psicoanálisis clásico; pero Miller, en una observación sutil, casi de crítica literaria, soslaya el valor de la presencia de otro que sea capaz de atestiguar los itinerarios del neurótico: sus intrincadas e infundadas vacilaciones que lo acercan y lo alejan del objeto, o las largas miradas y caminatas perdidas en el vacío por no encontrar un sentido a esta vida; es decir, toda esa estética neurótica que ya conocemos. Y sostiene que la figura del analista, por ejemplo, ocupa este lugar de testigo, corporizando esa vigilancia a la que el neurótico remite su discurso, es decir, a un testigo del sufrimiento.

Miller afirma que ese otro atestiguante debe ser lo suficientemente “impecable” para no avasallar la privacidad del neurótico, porque la vigilancia y la mirada extrema, de cualquier manera, cansarían al sujeto y provocarían su fuga; de allí que también comenta, en esta conferencia, que algunos obsesivos duerman profundamente, porque quedan muy exhaustos de algunas jornadas de testigos invasivos.

A los fines de conversar un poco más con las premisas de Miller, pienso en los distintos personajes que pueden asumir el rol de testigos en los recorridos de un neurótico urbano típico. Me pregunto si esta figura de impecabilidad del testigo no está encarnada, en ocasiones, en los habituales mozos de los cafetines uniformados con moños negros y camisas blancas, montajes de ciudad que no amenazan la privacidad del neurótico y reencauzan un orden higiénico y neutro, ofreciéndose como testigos perfectos para que el sujeto pueda desplegar toda la aparatología neurótica.

Otros meseros, como los de las cervecerías contemporáneas, no adquieren para el neurótico el estatuto de mozo y, por ende, de impecabilidad, comenzando por el hecho de que el neurótico sabe que esos mozos no son mozos de verdad, que no están vestidos como mozos, que muy probablemente no quieran ser mozos y estén muy de paso en ese puesto de trabajo, motivo por el que carecen de la observación aguda, cimentada en el sentimiento de pertenencia que les haría ser testigos de ese lugar. Mucho menos tales empleados se dispondrían a conversar con los clientes en una liberadora charlita intrascendente de un minuto y medio, a diferencia de los verdaderos meseros, aplomados en sus impecables camisas blancas sobre las que el sujeto puede proyectar todo lo que tiene para vacilar en el discurrir de sus pensamientos. Los otros mozos -los que no son mozos- no lo conocen, nunca se acuerdan de quién es, mientras que el de cafetín lo reconoce, le habla lo necesario y se retira a pararse, para observar impecable, rutinaria y armoniosamente el entorno del bar, con atención flotante pero no invasiva: el mozo es un eje.

Este testigo de la gastronomía más clásica simboliza una impecabilidad porque, además, elije estar ahí, ser-ahí; estará emplazado con dignidad en su puesto de trabajo hasta que termine y no habrá ninguna mueca de sentimientos rebasados; propondrá un acantilado de encuentro y autosuficiencia que el neurótico nunca encarna; el mozo tendrá la limpidez que el neurótico va a buscar en su ritual; el mozo intermitentemente se transformará en el objeto perfecto y si la asepsia del encuentro con ese objeto lo apabulla puede dejar la propina y suspender el cafetín hasta otro día; puede alejarse para volver a disgregarse y lacerase aún más, y seguir vacilando con incluso mayor dolor y desorganización que en otro lado, para luego volver a observar las infalibles y sedantes camisas del mozo en su ritual.

 

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Pablo Toblli es Licenciado en Letras por la UNT. Publicó los libros de poemas Nace en lo próximo (Ediciones Magna, 2015), Lucero de Ruinas (Ediciones Último Reino, 2017) y el libro de ensayo Una lectura del imaginario poético de Tucumán (2000-2020) (Fundación Artes Tucumán, 2022). Es editor de La Papa y Rombos Cultura. Nació en Tucumán, en 1987. Su e-mail es pablotoblli@gmail.com, por cualquier contacto. 


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