Altivo, vestido, gélido
Por Pablo Toblli |
Un amigo empezó a ganar bien, pero no se compró ropa nueva. Su ropa vieja era la única forma de seguir perteneciendo a los grupos de artistas. No hacía arte ya, pero se seguía vistiendo igual que cuando lo hacía. Un hombre sale de su trabajo al mediodía vestido con una chaqueta blanca, pero no es médico ni enfermero, no tiene nada que ver con el personal de salud: saca foto carnet al frente del registro civil. La chaqueta y su potencia salugénica; la chaqueta y los que esperan agazapados el día de reinsertarse en el gran espíritu productivo; ellos, ávidos de chaqueta para mover la maquinaria. Un hombre pasa con una carpeta transparente que lleva por rótulo “control preventivo”. La chaqueta. El gran laboratorio universal. La salud por tanto esperada. La postpandemia. Un hombre usa su chaqueta para sacar fotos y luego, pletórico y lleno de sí, sale caminando de vuelta a su domicilio vestido con su chaqueta.
Un profesor tiene 49 horas de docencia,
pero la última camisa que se compró fue en 1987. También encontró su pasión por
aquellos años: empezó siendo dj en pequeñas fiestas del barrio, su ropa es toda
vintage, de esa época, sin embargo, no tiene idea de la estética vintage. La
usa de pura nostalgia, en el tormento de la afectación, no puede salir de sí,
ensayar una desapegada política de puesta en escena. La usa porque está signada
afectivamente junto a un maletín con un código que hace girar las rueditas
color oro para abrirlo, cuyas pertenencias son sólo unas cuantas hojas
amarillentas manuscritas.
Un hombre con aplomo de oficinista,
especialista en actas de nacimiento, le explica a una señora, quien ni siquiera
le había hecho una consulta, que si saca fotocopia, el sello saldrá en blanco y
negro, que eso ya no remitirá a un acta legalizada. Con brío, templanza y
vocación le explica a la señora.
Una chica dubitativa lee un libro
lánguidamente, piensa en intermitencias. No está segura de si ama a su novio,
pero mira a un chico que se le parece y dice sí, que lo ama, que lo hará, que
finalmente entregará sus días a su novio, que se transformará en su esposa.
Paralelamente y de igual modo, un hombre, solamente desde afuera de los hechos,
podía decir que sí. Por ejemplo, tenía ganas de trabajar cuando ya todo estaba en
silencio a la madrugada. Había renunciado por enésima vez la mañana anterior a
su puesto en el que trabajaba hace 15 años todas las mañanas, pero quería
volver a trabajar cuando algo de esa maquinaria no lo tocaba del todo, a veces,
en algunas noches, o desde un café a punto de cerrar, mientras las hojas de los
árboles se mecían suavemente. Cuando empezaba la mañana con el recio sol casi
como una erección, cuando las crestas de lo real asomaban, era el momento
propicio para renunciar y ni siquiera levantarse de la cama. Todo es cuestión
en él de aguzar las alarmas estéticas que le marcan la tónica de la decisión
que confunde con pasadizos impecables del pensamiento, intuiciones irrevocables
que llegan con menudo pero nítido lenguaje, como el poeta que se esfuerza en
traducir sus epifanías con metáforas congruentes de la entrevisión lírica. Así,
como un poeta tardorromántico, se queda engrillado a su bienestar de madrugada,
porque en nada más siente la permanencia, ese reino de lo absoluto que sólo los
dioses conocen pero que los hombres envidian, quedándoles solo el refugio de la
fluctuación que confunden como un regalo del destino. Así, henchidos de una
dignidad cual filósofos del cambio, erigen un Heráclito avaro.
Le gustaba la noche al hombre que
renunciaba al trabajo una vez al mes. Su novia se queda escribiendo poemas
oscuros, mientras él va a trabajar. El sueño del pibe fue tener una novia dark.
Su chica le espera cada noche para leerle algún poema de Leopardi sobre la luna
y cosas así. Después de todo, es más simple, para el hombre desertor y hermano
del absoluto: como el dj, la madrugada, las fiestas, las esperanzas y las
cofradías de la noche, dejar de comprarse ropa para trabajar, usar la ropa de
cuando se fue joven, de cuando se fue feliz por última vez. Después de todo, la
vida es un cúmulo de decisiones estéticas que nos resguardan del camino a
veces desgarrador de la ternura o la pena, como ese sujeto perceptor que, en su
altivez, no vierte un mínimo llanto ante una canción o una película: observa,
pero no desde los sentimientos lacerantes, porque no confunde obra con vida,
sino que contempla en el remanso desde sus itinerarios estéticos, desde sus
constelaciones que lo amalgamaron y lo condensaron, que a menudo lo salvaron de
las lágrimas y le dieron una manera de enfocar los pensamientos, una forma
digna de existir.
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Fotografía: Obrero descansando el 29 de septiembre de 1932, Anónimo.
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Pablo Toblli es Licenciado en Letras por la UNT. Publicó los libros de poemas Nace en lo próximo (Ediciones Magna, 2015) y Lucero de ruinas (Ediciones Último Reino, 2017). Es editor del blog Rombos. Nació en Tucumán, en 1987. Su e-mail es pablotoblli@gmail.com, por cualquier contacto.
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