Vida o arte: farfullar una distancia cercana

 Por Pablo Toblli |




¡Vida! ¡Vida! No recurramos a la vida para triunfar. Nos hace pagar un precio demasiado alto por sus productos y compramos el más mezquino de sus secretos a un precio monstruoso e infinito

Oscar Wilde, El crítico como artista

 

I

 

Intento escribir. No quiero escribir cualquier cosa, quiero escribir algo que me sustraiga de la vida por un momento, por un par días, una semana, dos, un mes, lo que dure darle vuelta a este texto. Quiero escribir ideas nuevas, pero en las que pueda seguir siendo yo. Escribí poemas en este tiempo, algunos de ellos estuvieron muy bien, me hicieron levitar, me mostraron una obertura interesante. Pero necesito escribir ensayos. Quiero las ideas y sus concatenaciones lógicas para apelmazarme el cuero con cierta solvencia. Creo un ambiente de trabajo. Dispongo un cliché sin abusar. Pongo música sin letra. Intento crear un signo, entonces, que sea parecido a mi vida pero que esté más calmo, así pueda orlar su calor sin que me toque del todo, como pasar la mano por el fuego y elegir cuando sacar el dedo y, ni siquiera, haber sido lastimado, pero haberlo tocado. Un signo en el que pueda sentir mi cuerpo transitar la tensión entre los opuestos, sin salir desvalido.

En este momento que escribo no estoy tranquilo. Mi respiración es convulsa, extraña, mi corazón una caja difamada y disgregada que pareciera hacerse ancha y latir en distintos lugares, desorganizadamente, por todo mi cuerpo: se dispersa, y creo que es nada más que angustia. He comido mal durante varios días, me parece. El cuerpo, esa cadena heredada: quiero ser nada, quiero escribir sin cuerpo, pero aquí está el cuerpo recordándome que soy algo concreto. Necesito escribir ideas nuevas y certeras para no sentir que mi vida es una masa imparable de acciones repetitivas y obstinadas o esos bellos poemas que mágicamente nos hacen olvidar todos sus versos al segundo de haberlos leídos y nos dicen que la literatura es pura forma inasible; sino, mejor: aceptar que olvidar esos poemas es una manera de la belleza, aceptar que no hay nada para hacer con eso, que la única forma de volver a orbitar el universo de ese poema es volver a leerlo, para olvidar de nuevo, para no saber cómo actuarlo, ni cómo contarlo, ni cómo elaborar mapas de existencia con él. Entonces, sólo queda retornar a leer, leer y leer el mismo poema, una y otra vez: contemplarlo. Sólo eso. Y, en el mejor de los casos, hablar de él sin mostrar su cuerpo.

 

II

 

Elijo una camisa. Me visto. Salgo. Quiero escribir ensayos. Delibero ideas. Quiero inventar algo como si fuese el último ser humano de la tierra, y que lo hace no para impresionar a alguien o en un “miren cómo me quejo pero quiero cambiar las cosas para que me sigan mirando”. No. Quiero hacerlo por mí, en mi soledad: no quiero edificar una raza. Quiero que el mensaje no sea del todo claro. Quiero que aparezca de a poco. Busco libros que me disparen algo. Encuentro uno de Oscar Wilde que nunca leí: El crítico como artista. Un ensayo en formato de diálogos entre dos personajes. Uno de ellos -Gilbert- revalorizará la tarea de la crítica y se encargará de desacralizar la acción que persigue la creación de productos. Ese gesto vital, de itinerarios y metas definibles y lineales. Y dirá, en defensa de los críticos de arte, que la vida más feliz o perfecta está en los hombres de contemplación, en ese “no hacer”. Se plantea allí que es mucho más difícil hablar o mirar una cosa que hacerla, porque ese mirar, ese detenerse a dar cuenta de lo que estamos contemplando, implica un pasaje a la vida, un esfuerzo de aunar pedazos que corren a la nada. Pienso que, de esta vacuidad, surge la desidia de que muchos artistas no puedan dar cuenta del proceso creativo o no sepan para qué/por qué hicieron tal o cual obra. Algo pareciera perderse en la proeza puro-cuerpo de la acción, incluso creativa. Cuando un artista está tomado por su acción no puede dar cuenta ni de la suya y mucho menos ver la de otros. Se transforma en un frenético recorriendo el universo, el cosmos -pura sensorialidad-, a velocidades hiper-archi-estelares sin entender nada, sin traducirlo. Por el contrario, alguien que escribe un texto sobre una obra visual o sobre una obra de música logra acercar esos lenguajes al juego de las teclas que van dando carnadura a los sonidos o a los trazos del lienzo y puedo sentir que el mundo se detuvo un instante en un acantilado en el que puedo vivir un rato sin correr hambriento.

Ahora bien, ¿cómo ser un crítico y un artista al mismo tiempo? Encuentro rápidamente la respuesta en el libro. Ahora que escribo no quiero recuperar literalmente esa respuesta, entonces, la rodeo y reconstruyo levemente: Wilde piensa que en un juego de elementos aislados un texto crítico se torna interesante, a cambio de que la crítica y la obra no se imiten -mutuamente- del todo. Es decir, el crítico tendrá que tomar la suficiente distancia para cuidar que las palabras que escriba inspiradas por la obra visual, lírica, narrativa o musical funcionen como calderas fantasmagóricas y no logren trazar las obras de frente, darles la fachada cristalina de lo que son. O bien que los fraseos del crítico toquen las obras de manera oblicua y hasta obliterándolas exquisitamente, dándoles muerte digna. Busco esa contemplación, un tipo de remanso. No prendo la tele, evito ver películas que me muestren desgarros de todo tipo sin censura. Me encuentro con este librito corto, elegante y certero de Wilde -como es él- y entiendo que en sus ideas también subyace una política de elección de obras para hacer crítica. No cualquier obra admite una mirada obliterada y lateral del crítico. Necesito esas obras que no sean tan literales, en las que pueda crear mi conversación fantasma con ellas. Vi algunas por ahí para eso. Intento suspender la miseria de la vida. Busco obras que me muestren zonas intermedias, felizmente oscuras. No abro redes sociales. Pongo un corto de Kusama que amerita eso. Me olvido de la fragilidad del espacio, de la ternura de mi cuerpo, de la de los otros.

 

III

 

Esta asepsia del crítico es la que propugna Wilde, incluso, como proyecto de vida. Entonces, nos sugiere que si vamos a experimentar un torbellino de perspectivas y sentimientos que sean dentro de un obra, así no sufrimos demasiado; porque, además, hablar sobre algo es el máximo y único don del ser humano: que las cosas existan o sigan existiendo de otro modo luego del huracán es uno de los fines de hacer crítica, pero también de llevar adelante una vida por la belleza; una vida no para subirla en nuestras espaldas porque su luz nos irradiaría agua eléctrica que no sabremos depurar, o una tormenta -ese ojo lugar del vacío de giros-, sino para adularla y comprenderla una vez que esté quieta. Perdón, pero hoy abandono el hacer un producto artístico, abandono los medios objetivos que me ofrece el arte para ejecutar un objeto, una perfo, un poema. Quiero algo, entonces, que no me ponga adentro de una piñata y me obligue a correr por un bosque que no veo ni conozco; quiero un paraje intermedio y, quizá, probar poner una canción triste cuando esté alegre o imaginar a Lautréamont y Pizarnik contemplar un lúgubre puente con la angustia babeante. Hoy no escribiré poemas. Escribiré ensayos. Hablaré sobre otros. Además, sé que mi ambición poética nunca alcanzará su ideal en la vida, porque apenas puede entreverse cuando escribo un poema, pero no puedo aplicarla a nada o casi nada del 90 % de los días que viví y viviré en mi vida.

Elijo el “no-hacer”. Comparto El hilo perdido de Rancière en donde plantea a la poesía como ese instante que primero, antes que la escritura, supone una suerte de medro, de vagabundeos, de ensoñaciones que si bien nos ponen en movimiento, no nos aseguran una meta fija, esa meta que reclama la acción direccionada, incluso de la escritura en sí misma que es una acción, un bajar a tierra. Haciendo lo que no debemos hacer quizá algo es resguardado de la pelea ansiosa y muda por los días, esa acción efectista se detiene y, entonces, aparece el sujeto de la contemplación, de sujeto pleno. Vagabundearé, miraré a otros y hablaré de ellos y seré hablado por ellos. Sin más.  


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Imagen: Paul Klee, 1930


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Pablo Toblli es Licenciado en Letras por la UNT. Publicó los libros de poesía Nace en lo próximo (Ediciones Magna, 2015) y Lucero de ruinas (Ediciones Último Reino, 2017). Es editor del blog Rombos. Nació en Tucumán, en 1987. Su e-mail es pablotoblli@gmail.com, por cualquier contacto.


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