La unidad en la poesía

 Por Pablo Toblli |



... también repite / las cosas que me son jardín del alma / y acaso espera algún día habite

Enrique Banchs 



En ocasiones, cuando leo poesía, comprendo -luego de salir de los impactos y ropajes estéticos de la palabra poética- que los signos del poema me seducen por una ilusión de compresión y síntesis que ese texto ofrece como pocas cosas en el mundo. Esta propuesta compacta que me invita un poema me devuelve a mi nombre, que adquiere poder y despliegue en el encuentro con la experiencia poética y, en esa ligazón, dejo de correr como un loco fuera de mi mismo, albergado en el microclima de unidad que me propone el poema, suturando cierta pregunta existencial primigenia, para escalar una litera de pensamientos benévolos y vitales en la que descanso.

El lingüista N. E. Chirstensen (1968), al preguntarse por la naturaleza de los significados, plantea que los nombres propios son los únicos significantes capaces de ser intercambiables por distintos significados. Es decir, por ejemplo, Oscar puede ser un gran amigo para mí y un indiferente familiar para otra persona. Entonces, no hay significante tan vacío, manoseado y tan lleno como los nombres propios: el nombre, por lo tanto, es nada a priori.

Para sortear este carácter errático y de vacío del nombre, Nicola Abbagnano en su introducción al existencialismo (1955) plantea: “El yo debe reconocerse e individualizarse en la dispersión y la multiplicidad aparentemente irreductible de sus actitudes, y debe reducir esa dispersión a la unidad para ser un yo. El yo sólo es tal en el acto en que reduce sus actitudes a la unidad, y se retrae de la dispersión para concentrarse en su verdadera finitud."

Como vemos, la existencia de un ser humano radica en la posibilidad de lograr salir de la indeterminación del todo, para ir en búsqueda de su Ser; es por eso que Abbagnano afirma que la unidad es la posibilidad de trascender en coordenadas concretas. Es decir, que para suspender de momento o integrar el gran misterio que encierra el Ser o el nombre es necesario un mecanismo de sustracción e integración de actitudes, significados y acciones. De allí que el nombre sea uno de los significantes más enigmáticos del universo; y Chirstensen, quizá, sospechaba ya esto, no en clave existencialista, sino en cuanto a los significados en tanto funciones o relaciones legitimantes como él les llamaba: “mi amigo puede ser algo para mí y otra cosa totalmente distinta para otro.”




Entonces, ¿Cómo el ser humano, ante la dificultad y la angustia que le genera ser muchos, luchará para conseguir la unidad existencial capaz de hacerle salir de la vil indeterminación y dispersión? Creo que la poesía es uno de los medios más eficaces para lograr la misión existencial de la unidad, de allí la añoranza del sujeto de ser esos signos dentro del poema, de habitarlos.  En este sentido, Amelia Biagoni advierte en la poesía la única vía capaz de lograr la unidad del Ser, planteando en su metapoema La descalza jadeante de la poesía: "[...] y al ver mi dibujada muchedumbre / me asalta / me unifica / me cunde." Como advertimos, en este poema el sujeto poético reflexiona sobre los efectos de la poesía en, entonces, el encuentro imprevisto con ella hace al sujeto reunir sus fragmentos, despojarlo de su impostada e innecesaria muchedumbre para unificarlo. 

Por su parte, Federico Falco en su reciente novela Los llanos (finalista del Premio Herralde de novela), compone un personaje principal, que a partir de diversas crisis, es empujado a hacerse cargo de su Ser: "Estoy acostumbrado a ser alguien diferente en cada mundo en que muevo: hablar con algunos de vaquillonas y cosechas; con otros, de libros y poesía; con otros más, de arte contemporáneo o cine; o de flores, tomates y semillas; o de amores y chismes, con otros amigos. Pero a veces, muchas veces, deseo ser siempre el mismo. Ser el mismo en el pueblo, el mismo en la ciudad, el mismo en el campo, el mismo cuando beso, el mismo cuando extraño, el mismo sembrando en la huerta, el mismo cuando escribo." Ante esta pregunta, la unidad vuelve a conseguirse a través de una imagen poética, por eso el personaje en su monólogo interior narra que le parece conseguir aquella unidad aclamada justo cuando está manejando solo en la ruta, a ciento veinte kilómetros por hora, "suspendido en ese movimiento, entre la ciudad y los potreros, flotando sobre los campos de cultivo, sobre la soja que, bajo el sol, lenta mueve el viento."

Oscar Balducci abre su poema Quetrihué 64 escribiendo: “Hace cuarenta años que recuerdo / a ese ciervo inclinado hacia el ocaso, / sobre la loma, entre dos cerros.” La persistencia del recuerdo que se imprime como una música de la cual el poeta no puede escapar, responde al problema existencial de la unidad que se imanta a las figuras del poema en distintas seriaciones, entonces, el poeta no puede salir del recuerdo de ese significante “ciervo inclinado hacia el ocaso”, porque en esa imagen el poeta entrevé que la quietud/armonía del mundo y su nombre tienen lugar en el trance poético, y supera la dispersión a la que la vida lo arrinconó, los papeles forzados que el yo debe ensayar en el devenir social. Por el contrario, el ciervo inclinado es toda-asertividad, toda-decisión, toda-solvencia existencial, un estar en sí absoluto.  No es casual que Balducci además de poeta sea fotógrafo y prefiera estos recortes llenos de sí. 

En el verso siguiente escribe: “Debajo estaba el pueblo, parecía / pisado por el viento. Yo quería / morir allí, de viejo, endurecido / por la corteza de los hombres.” Cabe preguntarse por qué el poeta elige continuar luego de la imagen del ciervo, con un verso tan taxativo que habla de la muerte: ¿por qué el poeta cuando descubre y proclama la belleza plena del ciervo -que hace cuarenta años no puede olvidar-, quiere morir?

Justamente lo que nos dice el existencialista italiano Nicola Abbagnano es que la conciencia de la finitud es condición necesaria para ir a correr al embeleso de la unidad existencial -unidad poética, en este caso- y que la integración de la conciencia de la muerte debe ir proyectada hacia el descubrimiento de dicha unidad, de lo contrario podemos pensar en diversas enfermedades psíquicas que se dan por no poder simbolizar/acantilar las fragmentaciones que tejen las capas falaces de una existencia, pero esto se los dejaré a los psicólogos. Por el momento, voy a leer que justamente el poeta se deja/quiere morir cuando descubre la belleza absoluta de una armonía; en consecuencia, Balducci escribe y hace reunir los significantes que acompañan a una epifanía como, por ejemplo, el silencio o como el oxímoron alimento y hambre: “Hace cuarenta años / que añoro ese silencio de animal, / ese silencio de alimento y hambre. / Y aún me llegan destellos de esa luz.” Entonces el poeta -precoz- morirá tranquilo en la integración de los fragmentos primordiales.


***


Imagen 1: obra plástica de Odilon Redon, pintor simbolista francés. 

Imagen 2: obra plástica de Emilio Pettoruti, pintor cubista argentino.


***


Referencias bibliográficas:

Abbagnano, Nicola (1955) [1942]. Introducción al existencialismo. México: Fondo de Cultura Económica.

Balducci, Oscar (2012). Resaca de los vientos. Prosa de las viejas ciudades. Florida: Wolkowicz Editores.

Biagioni, Amelia (2009). Poesía completa. Buenos Aires: Adriana Hidalgo Editora.

Chirstensen, N. E. (1968). Sobre la naturaleza del significado. Barcelona: Editorial Labor. 

Falco, Facundo (2020). Los llanos. Madrid: Anagrama. 


***


Pablo Toblli es Licenciado en Letras por la UNT. Publicó los libros de poesía Nace en lo próximo (Ediciones Magna, 2015) y Lucero de ruinas (Ediciones Último Reino, 2017). Es editor del blog Rombos. Nació en Tucumán, en 1987. Su e-mail es pablotoblli@gmail.com, por cualquier contacto.



Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Ensaiku

Dar, el don

Imaginación sónica