Interstellar. El diálogo filiatorio más allá del tiempo y el espacio

 Por Diego Reynaga | 



A mis hermanos, siempre.


A.  Sobre la construcción del relato en Interstellar

En general, el cine, al igual que la literatura, tiene el potencial narrativo para abrir las dimensiones temporo-espaciales hacia horizontes propios donde se tensiona lo real y lo ficcional. El texto fílmico, en el cual se pueden combinar estéticamente figura, movimiento, color, música, crea una realidad, donde lugares, tiempos, personajes, circunstancias, cobran entidad, repentinamente, para la mirada del observador. Así, la real realidad se diluye en esa ensoñación lúdica que preserva las marcas incólumes de la infancia.      

Sin embargo, hay películas donde ese juego creativo es constitutiva de la esencia misma del entramado fílmico. Son películas que desestructuran las coordenadas del orden instituido desde el cual se organizan los datos y, consecuentemente, exigen al espectador el trabajo de reelaborar la estructura del relato.

Por citar algunas de ellas: Memento (2000), dirigida por Christofer Nolan, plantea una trama de secuencias cotidianas que experimenta Leonard, quien a raíz de un trauma que le ocasiona el asesinato de su esposa, sufre un cuadro de amnesia y, por ello, no logra conectar, en un mismo hilo lógico, hechos, personas, lugares y momentos. La descomposición fílmica muestra, en cierta medida, la desintegración psíquica que padece Leonard en su intento por develar al autor del crimen; esa desarticulación de sentido sitúa al protagonista en un territorio lindante con la locura. No obstante, la llave maestra de la ficción de Memento está en los recursos que emplea Leonard para poder abordar esta fragmentación: escribir (mediante el registro corporal a través de tatuajes) y retratar (mediante el registro fotográfico de hechos) los datos trascendentes para reconstruir la historia.

Otra de ellas. Corre Lola Corre (1998), de Tim Tykwer, en la cual la protagonista dispone de un tiempo limitado, 20 minutos, para conseguir 100.000 DEM y salvar a su novio del asesinato en manos de criminales y, en ese apremio temporal, la película despliega una serie de posibilidades, que activan, cada una de ellas, derroteros históricos diferenciales. En Lola se recrean tres vidas desde un mismo punto de partida -tal como sucede en las vidas que se gastan en los videojuegos según Zizeg- y con ello el espectador presencia una misma temporalidad a partir de la alternancia de sucesos. Lo mismo y distinto a la vez, como rezaba Azorin.

Recientemente, Interstellar aparece en el contexto mundial (2014), con un inventivo lenguaje fílmico, y continúa con este linaje cinematográfico desestructurante. También dirigida por Christofer Nolan y guionada por su hermano Jonathan, Interstellar relata una historia de ciencia ficción en la que un ex piloto Cooper, interpretado por Matthew McConaughey, en un mundo en peligro de extinción, decide abandonar la vida rural familiar y emprender, junto a un equipo de científicos, comandado desde la Tierra por el viejo Dr. John Brand (Michael Cane), una misión para encontrar, fuera de nuestro sistema solar, un lugar seguro para salvar a la humanidad, tras las pistas brindadas por astronautas (Miller, Edmund y Mann) en expediciones previas.

Todos saben, al partir, que el tiempo, en ese otro espacio, se desordena y se revoluciona, desde la simple percepción humana: una hora en un sitio, por ejemplo el planeta del astronauta Miller, puede representar veinte años en la tierra. Consecuentemente, el viaje implica la certeza, además del riesgo propio de la expedición, que los seres queridos, la hija de Cooper, al retornar serian mucho más viejos que ellos mismos o, peor aún, podrían estar muertos. Como gesto de conexión y promesa entre ellos Cooper obsequia a su hija, Murphy (Mackenzie Foy) un reloj de pulsera, rica metáfora y elemento clave de la película.    

El viaje es conceptualizado y filmado desde las coordenadas teóricas de la física contemporánea. Para ello, el director se vale de una figura aportada por la misma, el agujero de gusano, desde la cual se teoriza la existencia de una rendija en el espacio que permite ingresar a una zona con otras dimensiones impensadas para nuestro entendimiento.

Luego de múltiples vicisitudes (viraje del plan original a uno alternativo, incomunicación con la Tierra, muertes de compañeros, frustración por el fracaso de la misión) los sobrevivientes de la nave Endurance, Amelia, Romily y Cooper, deciden ir al planeta del Dr. Mann al recibir transmisiones que informan la habitabilidad del planeta. En el reencuentro con éste, Mann atenta contra Cooper, rompiéndole el casco,  y le confiesa que el planeta está congelado y posee una atmósfera venenosa y que él mismo había falsificado los datos del lugar con el sólo propósito de ser rescatado. Muy probablemente, esta lucha muestra con claridad la confrontación entre tendencias antagónicas que se desarrollan dentro de nuestras sociedades: la búsqueda de la salvación individual y el pensar e intentar reconstruir un colectivo.     

Amelia Brand, Anne Hathaway, logra rescatar a un Cooper casi moribundo y emprenden, junto al robot TARS, y el último resto de combustible,  el viaje hacia el planeta de Edmund. En ese trayecto, Cooper decide desacoplarse de la nave central Endurance y dejar que su compañera llegue, con mayor seguridad, al planeta.

Por esta acción Cooper, en vez de morir, ingresa al agujero negro y, desde él, a una realidad, el teseracto, creada por una civilización futura,  que lo desconcierta y atemoriza, en un primer momento, para, luego, conectarlo con lo más sustancial de la naturaleza humana.  Justamente en este sitio ignoto acontece la escena-ficción que obra como epicentro simbólico de la construcción genial de Interstellar. ¿Qué sucede allí?

En un juego exquisito de imágenes Cooper, desde esa otra dimensión, puede ver las secuencias del pasado-presente en la que Murphy presiente, desde niña, en la biblioteca de su dormitorio, la presencia fantasmática de otro ser que quiere comunicarse con ella. Ella sabe, sin comprenderlo racionalmente, que allí está contenida la clave que devela el enigma de la humanidad. Cooper al poder ver esas secuencias comprende, después de la travesía recorrida, el sentido de lo que sucede e intenta, vanamente, hablar con su hija para transmitirle el mensaje que permita resolver la ecuación para salvar a la humanidad.

Y allí es donde aparece la escena-conexión que permite a Cooper comunicar el mensaje en código morse, a través de las agujas del reloj obsequiado en su despedida, cuando se da cuenta que él no es el elegido o destinatario sino su hija: “They choose her!”. Esta interconexión interestelar es posible cuando el padre puede descentrarse de él mismo, sin el imperio narcisista, y operar a través de él la función filiatoria, que ofrenda los dones de la vida. Su hija logra hacer inteligible el mensaje cuando libera el poder de la vibración de la relación paterna.

Después de salir del agujero, Cooper se rencuentra con su hija, anciana y en el lecho de muerte, en un hábitat espacial que orbita Saturno. Al descifrar el mensaje paterno de Murphy salva la humanidad y hace posible el éxodo de la misma; en otros términos y simbólicamente, este hecho plantea una idea sugerente: el hijo que recupera el legado familiar salva la humanidad porque mantiene viva la llama de la memoria; bien preciado de nuestra cultura. 

B.  Sobre la escena-acontecimiento en Interstellar

Esa escena-ficción recrea el reencuentro entre padre e hija, o más ampliamente el reencuentro filial, más allá de toda temporalidad y espacialidad; una escena donde lo relacional adquiere un poder por sobre las distancias y diferencias. Aún más, ese instante fílmico devela cómo Murphy al oír el sentir del otro, de su padre, logra crear una situación dialógica donde el componente o factor relacional le posibilita comprenderlo; en otras palabras, el núcleo simbólico de Interstellar pone de relieve la idea que al sentir, desde la ternura, la presencia del otro es posible covivenciar su realidad interna y, de este modo, aproximar lo Uno y lo Otro. Idea que Bateson, y su brillante equipo, aportaron, en la década del 50, para hacer inteligible los patrones de la interacción humana.

Por ello, hay en Interstellar un verdadero diálogo transgeneracional que rompe con las coordenadas de nuestra cronología lineal, del día a día, de las circunstancias veloces, de la obligación cotidiana, del entronizamiento de lo superfluo, en tanto los interlocutores implicados permiten que fluya la pulsión vincular y poder, así, decodificar los sentidos que circulan entre ellos. Por esta razón, en ese preciso instante de conexión filial que muestra la escena se interconecta un lazo de humanidad que engarza a las personas entre sí desde la potencia del amor y, contrariamente, diluye las diferencias que siembran el malentendido, hecho que desvincula a los seres.   

La escena se convierte, en este sentido, en una escena-acontecimiento dado que provoca en el espectador sensible una conmoción interna que posibilita abrir múltiples líneas de sentido; por sólo nombrar: el valor del mensaje paterno, el poder relacional, el legado humano, la resignificación del vínculo, la incansable búsqueda de la verdad, etc. Este acontecimiento que se produce en la película más que cerrar las posibilidades interpretativas abre una multiplicidad de perspectivas para reflexionar. Representa, de este modo, un acontecimiento-potencia.         

Por último, tal vez esta escena pueda representar otro hito o mojón para el cine, tal como los pies de niño, de niño pobre y cansado, de la iraní Niños del Cielo (1997), que descansan en la fuente y son acariciados, casi poéticamente, por pececillos de colores o, también, el abrazo enternecido y doliente del dulce vagabundo y John, el niño que interpreta bellamente Jackie Coogan en El Pibe (1921). Muy probablemente el conmovedor reencuentro entre Murphy y Cooper, y toda la secuencia de imágenes que la engloba, ingrese a un sitial exclusivo del cine sin cuestionamiento alguno; ello sucede con las películas que recorren, creativamente, la compleja condición humana.       

 

Obdulio

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Diego Reynaga:

Psicólogo / Mg. En Psicología Educacional.

Docente e Investigador Universitario UNT.

Autor y co-autor de libros y artículos especializados en psicología educacional y educación.

Autor del libro Retroperspectivas. La reconstrucción de la memoria desde la mirada de un hijo de desaparecida. Editorial Humanitas.

Ex integrante de HIJOS y de Familiares de Desaparecidos.

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