Sobre la posibilidad de vivir como en las obras

Por Pablo Toblli |





Hay un lugar común que aparece con mucha frecuencia en las reflexiones en torno al arte y que es que éste nos cuenta una nueva forma de ver el mundo. Pienso que esto es verdad, pero también creo que si, por nuestra cuenta, no producimos una materialidad que emane de eso que hemos descubierto, aquella reflexión suena vacía y falsa. Es decir, que para no devenir en unos snobs empedernidos, resulta urgente hacer algo con eso que hemos incorporado y entendido.

Spinetta cantaba en la letra de La sed verdadera: "[...] pero la paz / en mí nunca la encontrarás / si no es en vos / en mí nunca la encontrarás. / [...] Abriste la piel / creíste en todo lo que te di / nada salió de vos." Creo que lo escribe un poco enojado y para despabilar a los fans que creen entenderlo, pero siguen sin comprender lo esencial o ético del mensaje. Resulta, entonces, después de escuchar esta canción, imperioso masticar la <sed> y ser consecuentes con lo que nos pide. Spinetta, en La sed verdadera, te dice:  dejá de leer eso que sólo te animás a sentir en el resguardo de mi canción y hacelo por tu cuenta.

Por su parte, cuando Alain Badiou se pregunta sobre el método de composición poética de Rimbaud, plantea, a grandes rasgos, que el sujeto lírico ensaya un imaginario casi endeble que se difumina entre la maleza fugazmente, a través de un método de invención que Badiou identifica como <interrupción>: “El poema es una promesa que no puede ser mantenida. Así, tenemos un ceremonial en el que el artista refina simultáneamente lo abrupto y la disipación, de una falla entre lo que el ser tiene de promesa de presencia y lo que, en la retracción que lo afecta, impone, bajo las especies de una ley de retorno y de inmovilidad en la latencia de una sintaxis perentoria” (Badiou, 1992). Es decir, Badiou no piensa que Rimbaud no cree en lo que escribe, sino que lo cree por un intervalo de tiempo pequeño, casi inaprensible. Lo cree en la potencia de la catarsis, pero renuncia una vez que lo contrasta con lo real, con el tiempo continuo de los otros que lo excede, lo abruma y barre tal creación que no es viable más allá de la discursividad del poema. Ahí, el sujeto se escinde de su lírica y se obliga a tomar una decisión: vivir conforme a la ética de sus poemas o dejarse sobornar por el tiempo abúlico que no lo nombra.

Rimbaud, sin darse cuenta, como muchos poetas, se han esforzado por crear un mundo mejor, pero daría la sensación que en un momento de su vida abandonó tal empresa. Contrariamente al lugar común que muchos críticos han tomado con respecto a la deserción de Rimbaud de la invención poética, planteando que, en realidad, abandonó la poesía y se fue de gira por África, embarcándose en una aventura sin precedentes, haciendo de la poesía su cuerpo, movilizado por cierta estética del abandono, yo, por el contrario, creo que simplemente Rimbaud renunció a cualquier intento poético porque se cansó, se aburrió y vio en los negocios en África algo viable. Abandonó aquello en lo que podría haber creído un poco más y se refugió en un objetivo más pedestre. Visto así, el mito Rimbaud pierde un poco de aura y decepciona, porque al momento de construir arroyos y hálitos indescubiertos sobreviene la duda de la epifanía: “La interrupción es el acto de una descripción dual, de un borde a borde casi ininteligible entre dos figuras incompatibles del ser” (Badiou, 1992). 

Existe -y sobre todo en Una temporada en el infierno- una constante errancia, retorno, dudas, silencio, ironías y huidas. Penoso, podría decir alguien. Es decir, parece ser que, a fin de cuentas, no hizo nada con aquello que descubrió escribiendo poesía. No hizo nada real, sólo huir. Justo después de las evocaciones de naciones inauditas y de buques de oro, Rimbaud declara en el verano de 1873: “Deberé enterrar mi imaginación y mis recuerdos. [...] La razón me ha nacido. El mundo es bueno. Bendeciré la vida”. 

Hace poco leí una definición de arte en un poema de Estanislao Iramain que me llamó la atención por su belleza y poder de síntesis: “el arte es la incertidumbre de todo encuentro." Esta última reflexión me hace pensar que los artistas y personas más creíbles son las que siguen intentando por un vientito que ni creen que encontrarán, pero usar esa búsqueda inclaudicable para ser y hacer arte es tratar de vivir un poco más, de encontrar "ese mood", antes de morir demasiado pronto carcomido por la inmovilidad.

 

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Fotografía: Pablo Toblli


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Pablo Toblli es Licenciado en Letras y escritor. Ha publicado los libros de poesía Nace en lo próximo (Ediciones Magna, 2015), Lucero de ruinas (Ediciones Último Reino, 2017), la tesis Una lectura del imaginario poético de Tucumán (2000-2020) (Facultad de Filosofía y Letras, UNT, 2020) y diversos artículos en revistas culturales. Es editor de la revista digital La Papa (lapapa.online). Nació en Tucumán en 1987. 

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