Historia del chat

 Por Pablo Toblli | 


A comienzos de milenio, el chat era un patrimonio fundamentalmente de personalidades disidentes: travestis, homosexuales, nerds, tímidos, gente poco sociable que no salía a bailar, rockeros y metaleros que trataban de encontrar amigos o alguna pareja con sus mismos intereses.

A principios de los 2000, existía un chat llamado Mirc en el que había una sección grupal en la que podían participar todos los miembros que estaban conectados y, al costado de la pantalla, aparecía cada uno con su nick: gay_activo, metalero_hard, flako_85, travesaño_mimoso, pablo_soda267, rollinga_piola, ricotero_87, etc. Si querías chatear personalmente debías hacer doble click sobre la ventana y ahí podías pedirle su mail para conversar por MSN. Lo curioso es que sólo mediaba la palabra, no había imagen y video; se podía jugar con cierto imaginismo, aunque, en poco tiempo el MSN permitió la incorporación de foto, sin embargo, eran muy pocos los que se animaban a poner una foto propia.

Si pegabas buena onda podías conocer personalmente a la persona, luego de semanas y semanas de chat cuando ya los dos se conocían “espiritualmente”. A veces, si no se pasaba al plano del conocimiento físico, el chat, indudablemente, moría; se generaba una imposibilidad, una abulia o una ansiedad que si no era resuelta a partir de encontrarse en una plaza o en un bar, seguramente, hacía que esa relación virtual esté condenada a la extinción.

El chat era el reservorio de personajes que conformaban cierta cultura subalterna de comienzos de milenio: el chat era un lugar under, sombrío y marginal, y lo copaban personas que en su mayoría se mostraban como una alternativa de vida a la subjetividad de la cultura juvenil dominante, proponiendo otros gustos, preceptos y valores; algunos más rupturantes en la escena de lo político, en el espacio público y otros más vueltos hacia a dentro, pero con esquemas de sentidos igualmente diferentes a la estética hegemónica. Yo era un rockero, un poco progresivo, no “rollinga” sino que me consideraba un rockero “elevado”, “culto”, que consumía melodías evasivas y letras simbolistas, pero igualmente era una personalidad que se autopercibía desde cierto lugar de alteridad.

Como en toda adolescencia, una de las cuestiones fundamentales era la forma de acercarse al sexo opuesto. Y esto era todo un tema, con mucha más angustia y ansiedades en un colegio religioso sólo de varones. Con un amigo acostumbrábamos a chatear con mujeres “rockeras” porque no nos interesaba el grupo de amigos que estaban conformando nuestros compañeros del colegio, quienes transitaban grupos religiosos y fiestas hegemónicas donde ahí hacían sus amistades y primeras novias; porque la historia de su colegio decía que debían terminar casados con una chica de “buena familia”, que vaya a un colegio religioso de mujeres: la clásica historia. Naturalmente, estos escenarios no nos revestían de interés.

Por aquel entonces, nosotros no conocíamos chicas, seguramente movilizados por estos aires diferenciales que creíamos tener, los cuales alimentaban el mito de que no existía “la chica” para nosotros, pero también porque como clásicos rockeros adolescentes del 2001 éramos muy poco sociables y deprimidos; preferíamos quedarnos por la siesta y por las noches escuchando música o leyendo algún texto que habíamos escrito. Hacia el verano del 2002, se empezaron a gestar esas noches de chats en el Mirc, tomando helado. Nunca nada de alcohol o drogas por esa etapa, porque éramos rebeldes limpios, rockeros nerds, peinaditos a la raya. 

Recuerdo que chateábamos toda la noche con esas chicas, y lo hacíamos en nuestros términos. Hablábamos de discos, de shows o de versiones de canciones que pocos conocían, cosas que sólo estábamos acostumbrados a charlar entre nosotros. Nunca llegamos a conocer a ninguna de esas chicas personalmente, salvo una vez a una con la que yo venía chateando y era fanática de Soda Stereo. En un chat, me contó que tenía un VHS con un par de shows de la banda. Yo era un estudioso obsesivo de Soda y grababa cualquier video que la TV me lo permita; todavía no se podían bajar recitales de internet. Entonces, le dije que me lo preste, que se lo iba a cuidar y a devolver al poco tiempo luego de grabarlo. Ella accedió y fuimos con mi amigo. Nos fuimos caminando, embarcados en una aventura sin precedentes hasta el momento. Dos tipos raros, que solo hablaban de música y nunca habían tratado con mujeres y eso nos daba cierto nerviosismo, pero llegar al VHS era más fuerte que pasar por cualquier vergüenza.

Llegamos al lugar, la cita era en su trabajo, en una maderera en la que ella estaba en un mostrador, supongo que hacía de cajera o encargada. Esto de que trabajara hacía que la recordara hoy como más grande que yo en aquel momento, sin embargo no recuerdo qué edad tenía, aunque seguramente me lo dijo cuando chateamos por primera vez en el Mirc.

Como era de esperar, sentí que pasamos vergüenza en el encuentro. Mi amigo estaba en un segundo plano. Él no tenía que hablar, se escondía en cierta neutralidad, también teniendo en cuenta que él nunca había chateado con la chica. Era yo el que tenía que ocuparme de toda la historia. Recuerdo que casi ni la saludé y ya le estaba pidiendo el VHS. Tal vez, ella quería que nos hagamos amigos o algo así, quizá yo también, pero no supe cómo ser relajado y buena onda para que eso suceda. Me acuerdo que su cara fue un poco de decepción cuando intercambiamos el trato; seguramente yo fui muy seco, pero movilizado por cierta timidez y por estar tan fuera de training con lo social. La chica me entregó el VHS y recuerdo que ni siquiera le agradecí de una forma agradable, extensa o efusiva. Siempre me costó agradecer en mi vida, pero en esa época aún más.

Nos fuimos con el cassette; ya habíamos conseguido lo que en realidad nos movilizaba más. Lo grabamos en mi casa en dos videocasetteras. Poca gente grababa de VHS a VHS, era una práctica inusual porque nadie tenía dos videcasetteras. En mi casa, justo habían comprado una nueva pero conservábamos la vieja.

A la vuelta, para entregarle el VHS, la tengo difusa y tal vez un poco reprimida. Tengo la sensación de que volví solo, sin mi amigo esta vez. Y fue muy incómodo. La chica no quería saber nada conmigo ya. Estoy casi seguro de que eso fue así. Y tal vez no me miró ni a los ojos para recibirme el video. Y me lo merecía, sin dudas.

 

 ***


Pablo Toblli es Licenciado en Letras por la UNT. Publicó los libros de poesía Nace en lo próximo (Ediciones Magna, 2015) y Lucero de ruinas (Ediciones Último Reino, 2017). Es editor de revista La Papa y del blog Rombos. Nació en Tucumán, en 1987. 

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